jueves, 5 de mayo de 2016

Una colcha de patchwork, una novela

Hoy terminé, por fin, la colcha que llevaba no sé cuánto tiempo rodando por mi habitación. Era casi una pesadilla y pensaba que no iba a terminarla jamás, pero al fin ya es una realidad.
Siempre digo que tener que dejar mi trabajo, como consecuencia del deterioro tan increíble que supuso para mí la irrupción de la fibromialgia en mi vida, me abocó a la necesidad de encontrar algo que, además de ocupar mi tiempo, lo que no resultaba tan problemático, porque afortunadamente hay dos mil cosas con las que puedo perderlo en cantidades ingentes, me resultara lo suficientemente atractivo y abriera una dimensión en mi existencia. Eso se tradujo en dos cosas: me planteé seriamente aprender a hacer patchwork, al menos los rudimentos del asunto, porque soy bastante manazas, y también decidí escribir finalmente.
Podría parecer que esas dos actividades poco o nada tienen que ver. Pues no. No es así. Sí que tienen que ver, y mucho. En realdiad se parecen bastante más de lo que podría parecer. Al final, escribir una novela consiste en ir cosiendo trocitos de vida y conseguir un todo armónico. Si además unimos esa sensación que ambas suscitan en el sentido de que te apasiona su ejecución, y practicarlo te produce placer, y simultáneamente, en el desarrollo de la obra hay siempre momentos en que te angustias porque te entra el pánico ese de "esto no se va a terminar jamás". 
Hoy he terminado mi colcha. A lo mejor es el momento de retomar la escritura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario