viernes, 29 de abril de 2016

Y en mitad de la primavera...

A mediodía, caminando por el Muro, los auriculares en los oídos y una lista de canciones interminable, ecléctica y aleatoria en el móvil. Y de pronto empiezan a sonar las primeras notas de El Otoño de Vivaldi. Inesperadamente, mezclada entre Los Secretos, Josh Rouse, y Silvio. Las nubes en el cielo, en caída libre hacia el mar tiñéndolo de gris, un viento frío impropio y desnudo, y una sensación extrañísima. Como si de pronto me hubiera caído en un agujero de tiempo, y fuera incapaz de saber que estamos a finales de abril, que es primavera, porque en mi cerebro, con la inestimable ayuda del cielo nublado y la ausencia del calorcito que debería invitar a sandalias y  tirantes, llegaba el viento de finales de septiembre, las horas doradas de la tarde fugitiva, el olor de las manzanas en sazón. Era otoño en mi cabeza y tardé mucho rato en reconocer que pasado mañana empieza mayo y el verano (eso lo anuncia la presencia de los puestos de helado con su catálogo de sabores y especialidades) estará aquí con esa premura que cuando llegas a esta edad que una tiene, resulta, la verdad, bastante irritante.

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