martes, 23 de abril de 2019

Sobre milagros


Los milagros invisibles

(Tribuna en el diario El Comercio, 21 de abril de 2019)


Una de las cosas buenas de la primavera es que, además del inevitable catálogo de lluvias mil abrileñas, trae consigo un equipaje de milagros invisibles. Y ya no es solo el estallido de los colores, como si la paleta de un pintor hubiera tomado las riendas de la vida, y los parques, los montes y los escaparates hubieran tenido un arrebato; tampoco es por lo de la sangre amotinada, la rebelión del espíritu, las astenias o las alergias. Ocultos entre cansancios, horas legalmente robadas al sueño y estornudos, llegan los días de prodigios secretos, que a veces se desvelan en las hojas verdes que le salen al olmo viejo hendido por el rayo y en su mitad podrido, y a veces en una resurrección, así, sin más.
 Organizamos nuestra existencia en ciclos que tienen que ver con el tiempo, con los meses, con las estaciones. Dividimos el año en periodos de trabajo y de vacaciones. Nos dejamos acariciar, y a veces maltratar, por las festividades cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, y que, quién sabe si no responderá a secretas razones que nunca nos hemos parado a pensar.
Que la Pascua de Resurrección se celebre en primavera, coincidiendo siempre en torno a una luna llena, a lo mejor no es tan casual como podría parecer. Más allá de las convicciones religiosas de cada uno, es posible que bajo la celebración se oculte un portento también, mucho más terrenal, mucho más humano, que tiene que ver con los ciclos, y con la posibilidad de resucitar.
A veces hay muertes más dolorosas que la propia muerte. A veces morimos a diario en un laberinto de desasosiego o de abatimiento, devastados por los miedos o por la inquietud, por la depresión o por el abandono. Y duran mucho tiempo, bastante más que los tres días de rigor.
Tal vez por influencia de series, películas o novelas, todos hemos tenido alguna vez la fantasía de cómo sería volver de la muerte. Regresar a las calles y a las personas para comprobar los estragos del olvido, o la pervivencia de las lágrimas, para comprender lo que nunca supimos ver mientras habitábamos con inconsciencia el reino de la vida, o para descubrir finalmente cuánta falsedad se ocultaba detrás de unas palabras. Ese paseo por el mundo de los vivos cuando ya no lo seamos, resulta fascinante, pero igual deberíamos probar a hacer algo parecido pero mientras seguimos aquí: Resucitar de esa muerte de un trabajo horrible, de una relación tóxica, de un desamor lacerante, de un desánimo  mortal, de un miedo al propio miedo. Resucitar al ritmo de los brotes que se hacen flores en los cerezos, de las violetas florecidas a la orilla del camino, de los colores de moda en la ropa de temporada, de los libros recién  llegados a las librerías, de las canciones que presagian sol, de una mirada que tiembla, del mar invencible renovado con cada ola. Salir del letargo del tiempo gris que finaliza, de las horas oscuras tras la ventana, del dolor inútil.
En las hojas nuevas del olmo viejo están escritos todos los milagros invisibles de la primavera.
Feliz resurrección.


miércoles, 10 de abril de 2019

Sobre miedos





Pues mira por dónde, esto del blog también sirve para reproducir de forma que se puedan leer, los artículos que publico en el diario El Comercio. Como éste, el de la última semana




Contra el miedo (Tribuna, diario El Comercio, 7/4/2019)

Cuando era pequeña me daban miedo las películas de indios. Tardé algún tiempo en entender que contrariamente al mensaje que prácticamente sin excepción llevaban todas ellas aparejado en su argumento, los malos no eran los indios, tan empeñados siempre en arrancar cabelleras y en matar a los chavalinos con flechas disparadas con  puntería. El miedo fue cambiando de objeto y descubrí que como yo, la mayor parte de la gente vivía también atemorizada por los miedos. Eran tantos que simplemente enunciarlos incorporaba un nuevo temor, el de saber hasta qué punto somos vulnerables. Miedo, pues. A la oscuridad, a estar solos, a estar con gente indeseable, a los muertos, a los vivos, a las cucharachas, a las arañas, a las enfermedades que acechan, a la muerte de los que queremos, a la propia muerte, a no habernos muerto y despertarnos en un ataúd, a nadar en mitad del mar sin saber qué hay metros más abajo, a los animales salvajes, a los accidentes de coche, a los accidentes de avión, a que no nos quieran, a que nos quieran mal, a cometer errores en el trabajo, a quedarnos fuera del sistema, al hambre, a engordar, a la locura, a los incendios, a las serpientes, a la traición, a las tormentas, a quedarnos solos. Miedo al quirófano, a sobrevivir a los hijos, a volar, a las alturas, a los ruidos, a las sombras, a las muñecas antiguas, a los extranjeros, a los diferentes, al dentista, a envejecer, al fracaso, a atragantarnos, a ver morir a alguien y no poder hacer nada, miedo al embarazo, miedo a no poder tener hijos, a los espacios abiertos, a los espacios cerrados, a caernos,  a los payasos, al rumor de unos pasos, a un teléfono sonando de madrugada, a no tener dinero, a perderlo todo. Miedo a contagiarse, al apocalipsis, a los terremotos, a los tsunamis, a la decadencia. Miedo al infierno, a quedarnos ciegos, a la guerra, a las ratas, a las agujas, al compromiso, a la soledad, a las multitudes, a que nos despidan, a que nos desahucien, a que nos abandonen, a olvidar, a  que nos olviden.
Madurar consiste en ir toreando los miedos, domesticándolos, racionalizándolos. Algunos son más duros de pelar, otros reaccionan con docilidad a nuestro empeño en mantenerlos a raya. No siempre hay antídoto y a veces es peor el remedio que la enfermedad, pero vivimos manteniendo ese equilibrio, convencidos de que casi siempre podemos más.
Solo que a veces, la pesadilla se hace real y lo de que el miedo cambie de bando, se convierte en un brindis al sol. A veces la amenaza estira sus brazos. A veces, el miedo que se traduce en el retorno a tiempo superado, a la perspectiva de la violencia, de la falta de libertad, de la pérdida de tantas cosas, tan trabajosamente conseguidas.
Para ese miedo, la defensa no es taparnos los ojos como hacíamos cuando los indios iban a atacar a los vaqueros, la silueta de todos ellos recortándose en la montaña… Para este miedo, que es mucho más real, próximo y de consecuencias que aún no imaginamos, solo hay un remedio: una papeleta, un sobre, una urna. Y votar. Contra el miedo.

sábado, 6 de abril de 2019

Siempre empezar incluso cuando no


Hubo un tiempo en que escribíamos blogs. Fue hace años, igual bastantes más de los que creeríamos. En aquel reducto mágico formamos una especie de tribu, los aliados de la palabra y de la vida. Algunos, la mayoría, seguimos teniendo relación virtual porque aunque ya no escribimos blogs (excepciones hay, y notabilísimas) encontramos otros canales que nos permitieran ir sabiendo los unos de los otros. Ahora mantenemos una especie de hermandad secreta, y nos sabemos siempre. Ahora los blogs son un espacio exótico, permanecen en la red como los esqueletos de viejos animales mitológicos, restos de un tiempo, del naufragio azul de los tiempos perdidos. Quienes los mantienen, como la maravillosa Anabel, como Pedro, lo hacen con una  profesionalidad que asusta...  Yo me temo que me he quedado en la cosa artesanal, en el blog tirando a cutre. 
A mí me puede una extraña voluntad y algo parecido a la rebeldía. Eso y el deseo de que ahora que inicio una aventura nueva  (en realidad la auténtica aventura es la de la escritura, pero la faceta pública también tiene lo suyo) que tiene el nombre de una novela nueva, esto funcione como una especie de diario de a bordo. O no. Me conozco lo suficiente como para saber que mis ganas de empezar suelen ir en relación directa con la rapidez en abandonar. 

Así que no sé si seguiré, pero vuelvo a esta especie de aventura que es lanzar botellas al mar del ciberespacio, sea eso lo que realmente sea. 
Y tal vez los que estábais entonces, estéis. Y tal vez este sea el espacio para un reducto nuevo, para el refugio de los aliados de las palabras. 
Y por cierto, hoy ha llovido.