viernes, 27 de mayo de 2016

Leerse

Ese momento extraño en que después de meses de haber terminado de escribir una novela, vuelves a leerla. La razón (si no fuera por ello, a lo mejor no lo harías) o la excusa, es que tienes que revisarla, corregir algún detalle, ver si hay alguna incoherencia, alguna palabra repetida, alguna frase (que suele haberlas, dada mi tendencia a la hiperextensión) confusa.
Y entonces, se produce un milagro pequeñito, porque en algún momento, inesperadamente, un fragmento, de pronto, no te parece propio. Lo lees y piensas, coño, mira qué bien está, y se te olvida que lo has escrito.
Ese momento, lo aseguro, es grandioso.

lunes, 16 de mayo de 2016

Estos días tan extraños, en los que se suspende el tiempo, y apenas salgo de la cama y mucho menos de casa, y de pronto, sin que sepa por qué, me sobreviene una nostalgia tonta de lilas. Para llegar a la casa en la que nací y en la que viví hasta los veinte años, había que pasar un camino gran parte del cual estaba bordeado por lilas. La memoria de ese perfume inconfundible me ha asaltado y con él, otras memorias, otros años, otro tiempo que en el fondo y aunque escriba sobre él, siempre será exclusivamente mío.

jueves, 12 de mayo de 2016

Un poco clandestino

No deja de tener algo de delicioso esto de la clandestinidad. Me he pasado muchos años de mi vida lidiando con la escritura desde la docencia, o desde el puro acompañamiento de aquellos que desean escribir y aprender algunas técnicas, explorar algunos secretos del asunto. Una de las cosas que siempre, indefectiblemente, discutimos, sobre todo con aquellos que nunca se han planteado la escritura como una actividad más allá de lo puramente confesional y los poemas de adolescencia, es lo referido al destinatario, eso de si uno escribe para sí mismo o para los demás. La necesidad, siempre del interlocutor, sea este individual o múltiple, presente o futuro. No hace falta decir que siempre, absolutamente siempre, escribimos para alguien.
Por eso es tan raro escribir así, amarrada a esta clandestinidad que me he impuesto, y que sin embargo no es tal, porque la red es un espacio infinito y tal vez algunos ojos, algún día.
Hasta entonces, soy emisor y receptora de mí misma.
Y es extraño, ya ves.

jueves, 5 de mayo de 2016

Una colcha de patchwork, una novela

Hoy terminé, por fin, la colcha que llevaba no sé cuánto tiempo rodando por mi habitación. Era casi una pesadilla y pensaba que no iba a terminarla jamás, pero al fin ya es una realidad.
Siempre digo que tener que dejar mi trabajo, como consecuencia del deterioro tan increíble que supuso para mí la irrupción de la fibromialgia en mi vida, me abocó a la necesidad de encontrar algo que, además de ocupar mi tiempo, lo que no resultaba tan problemático, porque afortunadamente hay dos mil cosas con las que puedo perderlo en cantidades ingentes, me resultara lo suficientemente atractivo y abriera una dimensión en mi existencia. Eso se tradujo en dos cosas: me planteé seriamente aprender a hacer patchwork, al menos los rudimentos del asunto, porque soy bastante manazas, y también decidí escribir finalmente.
Podría parecer que esas dos actividades poco o nada tienen que ver. Pues no. No es así. Sí que tienen que ver, y mucho. En realdiad se parecen bastante más de lo que podría parecer. Al final, escribir una novela consiste en ir cosiendo trocitos de vida y conseguir un todo armónico. Si además unimos esa sensación que ambas suscitan en el sentido de que te apasiona su ejecución, y practicarlo te produce placer, y simultáneamente, en el desarrollo de la obra hay siempre momentos en que te angustias porque te entra el pánico ese de "esto no se va a terminar jamás". 
Hoy he terminado mi colcha. A lo mejor es el momento de retomar la escritura.

lunes, 2 de mayo de 2016

Pensar en Virginia Woolf y retomar la escritura



Me compré el Diario de Virginia Woolf hace muchos, muchos años, cuando estaba en la Facultad. Una edición de Lumen que aún conservo y que me ha acompañado a lo largo de los años. Ha estado en mi mesilla de noche, en mi escritorio, en mi bolso y en las distintas estanterías de los sitios en los que he estado. Leer lo que escribía la mujer del perfil inconfundible de la portada siempre, sin remedio, me ha dado ganas de escribir. Más que ningún otro diario de escritor. Por razones que desconozco también la lectura del diario de Virginia Woolf va unida a la primavera. Recuerdo un viaje en autobús volviendo de pasar unos días en Coruña, la lluvia empapando los árboles que bordeaban la carretera por La Espina.  Dejaba atrás unos días de los que he perdido la memoria, y sin embargo es nítido el recuerdo de la lluvia de mayo, las hojas verdes de los árboles, esplendorosos y rozando casi los cristales de las ventanillas, y Virginia. Recuerdo la sensación de desear escribir, de sacar de la mochila el libro de la Woolf y quedarme con él en la mano, sin abrir. Ese solo gesto, el libro en las manos, como si las palabras se escapasen y entrasen en mis manos, una extraña ósmosis que permitía que mi deseo se viera poseído por el espíritu de Virginia. Ojalá su talento. Ojalá su pasión por la escritura. Ojalá sus páginas. No tanto su vida, no tanto su sufrimiento, no tanto su dolor.

Tengo una novela que se quedó estancada hace unos tres meses y una enorme culpabilidad por haberla abandonado. Sé que será abrir este libro, leer unas cuantas entradas de su diario y será irremediable que retorne el deseo de escribir, la pasión por la escritura. Y yo creo que ya va siendo hora.