lunes, 2 de mayo de 2016

Pensar en Virginia Woolf y retomar la escritura



Me compré el Diario de Virginia Woolf hace muchos, muchos años, cuando estaba en la Facultad. Una edición de Lumen que aún conservo y que me ha acompañado a lo largo de los años. Ha estado en mi mesilla de noche, en mi escritorio, en mi bolso y en las distintas estanterías de los sitios en los que he estado. Leer lo que escribía la mujer del perfil inconfundible de la portada siempre, sin remedio, me ha dado ganas de escribir. Más que ningún otro diario de escritor. Por razones que desconozco también la lectura del diario de Virginia Woolf va unida a la primavera. Recuerdo un viaje en autobús volviendo de pasar unos días en Coruña, la lluvia empapando los árboles que bordeaban la carretera por La Espina.  Dejaba atrás unos días de los que he perdido la memoria, y sin embargo es nítido el recuerdo de la lluvia de mayo, las hojas verdes de los árboles, esplendorosos y rozando casi los cristales de las ventanillas, y Virginia. Recuerdo la sensación de desear escribir, de sacar de la mochila el libro de la Woolf y quedarme con él en la mano, sin abrir. Ese solo gesto, el libro en las manos, como si las palabras se escapasen y entrasen en mis manos, una extraña ósmosis que permitía que mi deseo se viera poseído por el espíritu de Virginia. Ojalá su talento. Ojalá su pasión por la escritura. Ojalá sus páginas. No tanto su vida, no tanto su sufrimiento, no tanto su dolor.

Tengo una novela que se quedó estancada hace unos tres meses y una enorme culpabilidad por haberla abandonado. Sé que será abrir este libro, leer unas cuantas entradas de su diario y será irremediable que retorne el deseo de escribir, la pasión por la escritura. Y yo creo que ya va siendo hora.

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