domingo, 4 de septiembre de 2016

Llegó septiembre

... y lo hizo sin avisar. Ahí me pilló en mitad de una despedida, como tantos otros septiembres y con una añoranza de manzanas y moras, con el corazón estirándose en esta mustiez sin final (sí, un día, finalmente decretaré el hastaaquíhemosllegado), con proyectos y sin mucha conciencia de que, una vez más, los meses se ponen en fila y ahora tocan los que tienen más erres y más letras, de forma que nombrarlos es también ralentizar el tiempo, asombrarse con la brevedad de la luz y dejar que las horas de oscuridad alienten, más aún, el latido de lo que falta. 
Llegó septiembre y las decisiones quieren asomar la cabeza, gritarme que ya va siendo hora, que empiece a tomar en serio mi vida, que no vuelva a dejar que nada me haga daño, que...  
No voy a empezar a constatar obligaciones ni tiempos cumplidos ni fracasos. No voy a comenzar el mes escuchando los lamentos que agazapados sobreviven a otros (tantos) septiembres.

domingo, 24 de julio de 2016

Mudar la piel

Ir cumpliendo días, avanzando meses, creciendo años, y sobrevivir, supone, inevitablemente, practicar la reinvención como arte.
Estos días pienso particularmente en ello, porque tal vez es el momento de poner un punto y seguido (o tal vez final, pero para eso no siempre hay narices, qué demonios, no dejo de ser una cobarde de manual). Y entonces, mientras me aplico a un silencio terapéutico y sanador, buceo en otros mares, los que habitan, los que me hacen más mía, los que están curiosamente habitados por las personas imprescindibles, que abrazan sin apretar, que te enseñan la letra sin que entre a base de sangre, que ofrecen sus corales y su belleza de forma gratuita.
Ellas, esas personas, son la vida.
Y ni siquiera saben, hasta qué punto me salvan la mía.

miércoles, 8 de junio de 2016

Junio

El paso de los años y mis propias circunstancias vitales han traído algunos regalos inesperados. Uno de ellos es la recuperación del placer de junio, ese mes maravilloso y maldito, que en la infancia fue la promesa de los veranos interminables, del sol y los descubrimientos, y que luego quedó sepultado por el peso insufrible del tiempo de exámenes, de, más tarde, el papeleo, el cierre de los cursos, las memorias. 
Recuperar junio, los días largos, las cerezas en los árboles, las puestas de sol a las diez de la noche, las conversaciones, la vida extendiéndose como, de nuevo, promesa de lo que será.
En algún sitio suena una vieja canción, y se hace de noche muy despacio. En algún sitio hay un latido,  y otro, y el hueco que entre uno y otro admite labios y silencio cómplice.

Recuperar  junio, amar sus días, despertar en los brazos de un amanecer insomne.

miércoles, 1 de junio de 2016

Recuperar algunas cosas


La vida es extraña.
Ayer presenté una novela de una autora que me gusta mucho, Teresa Moure, en la Librería El Bosque de la Maga Colibrí. Y fue bonito estar con ella. Conocerla, para empezar, porque aunque habíamos tenido un encuentro en las redes, nos faltaba abrazarnos. Fue fantástico hablar y hablar de tantas cosas. Y compartir con la gente del público su visión sobre la novela, y sobre temas como los conflictos morales, la rebeldía, la maternidad y sus formas. 
Fue bonito estar ahí, recuperar una parte de mí misma, tan necesaria. 
No puedo olvidarme de que esa soy yo.
Luego, la noche me trajo una sorpresa inesperada en forma de confesión: hay alguien que ya lee este blog. Ahora sé que escribo para una persona, tan clandestina en su faceta lectora como en la mía de autora. 
Y tiene su emoción.
La foto es de El Comercio. Es gracioso, porque en el pie de foto, yo soy la librera. Y a mi nombre le falta una U


viernes, 27 de mayo de 2016

Leerse

Ese momento extraño en que después de meses de haber terminado de escribir una novela, vuelves a leerla. La razón (si no fuera por ello, a lo mejor no lo harías) o la excusa, es que tienes que revisarla, corregir algún detalle, ver si hay alguna incoherencia, alguna palabra repetida, alguna frase (que suele haberlas, dada mi tendencia a la hiperextensión) confusa.
Y entonces, se produce un milagro pequeñito, porque en algún momento, inesperadamente, un fragmento, de pronto, no te parece propio. Lo lees y piensas, coño, mira qué bien está, y se te olvida que lo has escrito.
Ese momento, lo aseguro, es grandioso.

lunes, 16 de mayo de 2016

Estos días tan extraños, en los que se suspende el tiempo, y apenas salgo de la cama y mucho menos de casa, y de pronto, sin que sepa por qué, me sobreviene una nostalgia tonta de lilas. Para llegar a la casa en la que nací y en la que viví hasta los veinte años, había que pasar un camino gran parte del cual estaba bordeado por lilas. La memoria de ese perfume inconfundible me ha asaltado y con él, otras memorias, otros años, otro tiempo que en el fondo y aunque escriba sobre él, siempre será exclusivamente mío.

jueves, 12 de mayo de 2016

Un poco clandestino

No deja de tener algo de delicioso esto de la clandestinidad. Me he pasado muchos años de mi vida lidiando con la escritura desde la docencia, o desde el puro acompañamiento de aquellos que desean escribir y aprender algunas técnicas, explorar algunos secretos del asunto. Una de las cosas que siempre, indefectiblemente, discutimos, sobre todo con aquellos que nunca se han planteado la escritura como una actividad más allá de lo puramente confesional y los poemas de adolescencia, es lo referido al destinatario, eso de si uno escribe para sí mismo o para los demás. La necesidad, siempre del interlocutor, sea este individual o múltiple, presente o futuro. No hace falta decir que siempre, absolutamente siempre, escribimos para alguien.
Por eso es tan raro escribir así, amarrada a esta clandestinidad que me he impuesto, y que sin embargo no es tal, porque la red es un espacio infinito y tal vez algunos ojos, algún día.
Hasta entonces, soy emisor y receptora de mí misma.
Y es extraño, ya ves.

jueves, 5 de mayo de 2016

Una colcha de patchwork, una novela

Hoy terminé, por fin, la colcha que llevaba no sé cuánto tiempo rodando por mi habitación. Era casi una pesadilla y pensaba que no iba a terminarla jamás, pero al fin ya es una realidad.
Siempre digo que tener que dejar mi trabajo, como consecuencia del deterioro tan increíble que supuso para mí la irrupción de la fibromialgia en mi vida, me abocó a la necesidad de encontrar algo que, además de ocupar mi tiempo, lo que no resultaba tan problemático, porque afortunadamente hay dos mil cosas con las que puedo perderlo en cantidades ingentes, me resultara lo suficientemente atractivo y abriera una dimensión en mi existencia. Eso se tradujo en dos cosas: me planteé seriamente aprender a hacer patchwork, al menos los rudimentos del asunto, porque soy bastante manazas, y también decidí escribir finalmente.
Podría parecer que esas dos actividades poco o nada tienen que ver. Pues no. No es así. Sí que tienen que ver, y mucho. En realdiad se parecen bastante más de lo que podría parecer. Al final, escribir una novela consiste en ir cosiendo trocitos de vida y conseguir un todo armónico. Si además unimos esa sensación que ambas suscitan en el sentido de que te apasiona su ejecución, y practicarlo te produce placer, y simultáneamente, en el desarrollo de la obra hay siempre momentos en que te angustias porque te entra el pánico ese de "esto no se va a terminar jamás". 
Hoy he terminado mi colcha. A lo mejor es el momento de retomar la escritura.

lunes, 2 de mayo de 2016

Pensar en Virginia Woolf y retomar la escritura



Me compré el Diario de Virginia Woolf hace muchos, muchos años, cuando estaba en la Facultad. Una edición de Lumen que aún conservo y que me ha acompañado a lo largo de los años. Ha estado en mi mesilla de noche, en mi escritorio, en mi bolso y en las distintas estanterías de los sitios en los que he estado. Leer lo que escribía la mujer del perfil inconfundible de la portada siempre, sin remedio, me ha dado ganas de escribir. Más que ningún otro diario de escritor. Por razones que desconozco también la lectura del diario de Virginia Woolf va unida a la primavera. Recuerdo un viaje en autobús volviendo de pasar unos días en Coruña, la lluvia empapando los árboles que bordeaban la carretera por La Espina.  Dejaba atrás unos días de los que he perdido la memoria, y sin embargo es nítido el recuerdo de la lluvia de mayo, las hojas verdes de los árboles, esplendorosos y rozando casi los cristales de las ventanillas, y Virginia. Recuerdo la sensación de desear escribir, de sacar de la mochila el libro de la Woolf y quedarme con él en la mano, sin abrir. Ese solo gesto, el libro en las manos, como si las palabras se escapasen y entrasen en mis manos, una extraña ósmosis que permitía que mi deseo se viera poseído por el espíritu de Virginia. Ojalá su talento. Ojalá su pasión por la escritura. Ojalá sus páginas. No tanto su vida, no tanto su sufrimiento, no tanto su dolor.

Tengo una novela que se quedó estancada hace unos tres meses y una enorme culpabilidad por haberla abandonado. Sé que será abrir este libro, leer unas cuantas entradas de su diario y será irremediable que retorne el deseo de escribir, la pasión por la escritura. Y yo creo que ya va siendo hora.

viernes, 29 de abril de 2016

Y en mitad de la primavera...

A mediodía, caminando por el Muro, los auriculares en los oídos y una lista de canciones interminable, ecléctica y aleatoria en el móvil. Y de pronto empiezan a sonar las primeras notas de El Otoño de Vivaldi. Inesperadamente, mezclada entre Los Secretos, Josh Rouse, y Silvio. Las nubes en el cielo, en caída libre hacia el mar tiñéndolo de gris, un viento frío impropio y desnudo, y una sensación extrañísima. Como si de pronto me hubiera caído en un agujero de tiempo, y fuera incapaz de saber que estamos a finales de abril, que es primavera, porque en mi cerebro, con la inestimable ayuda del cielo nublado y la ausencia del calorcito que debería invitar a sandalias y  tirantes, llegaba el viento de finales de septiembre, las horas doradas de la tarde fugitiva, el olor de las manzanas en sazón. Era otoño en mi cabeza y tardé mucho rato en reconocer que pasado mañana empieza mayo y el verano (eso lo anuncia la presencia de los puestos de helado con su catálogo de sabores y especialidades) estará aquí con esa premura que cuando llegas a esta edad que una tiene, resulta, la verdad, bastante irritante.

martes, 26 de abril de 2016

Toc, toc... ¿Hay alguien ahí?

No. Aún no. El título es engañoso, porque esta entrada y otras más permanecerán en el reino de lo clandestino. Esta entrada, en realidad, es para mí. Es una reflexión y una pregunta.

No sé si sigue existiendo la blogosfera, o del mismo modo que el vídeo mató a la estrella de la radio, las redes sociales, tan rápidas, tan facilitas, se llevaron por delante la mayor parte de los blogs. Los que yo leía (aquella comunidad tan estupenda que llegamos a formar hace ya unos cuantos años) han permanecido de forma desigual, pero algunos siguen ahí. Y han crecido. Me gusta pasearme por ellos, aunque no deje comentarios. Volveré a hacerlo. 
Hoy es un día complicado. La posibilidad (tan real ya) de una nueva campaña electoral, me pone los pelos de punta. Demasiado implicada en lo personal, porque de no ser así, viviría la situación contemplándola con interés de entomóloga. Y hasta divertida. Pero no es el caso, claro. Y eso me lleva irremediablemente a un deseo de exilio, de ocultarme hasta después, de encuevarme. Por eso, a lo mejor, (y por otras tantas cosas) este blog. Para construirme una isla y traer aquí solo a aquellos que sepan de naufragios. Por la compañía. Por el calor. 
La huida. El refugio.