miércoles, 10 de abril de 2019

Sobre miedos





Pues mira por dónde, esto del blog también sirve para reproducir de forma que se puedan leer, los artículos que publico en el diario El Comercio. Como éste, el de la última semana




Contra el miedo (Tribuna, diario El Comercio, 7/4/2019)

Cuando era pequeña me daban miedo las películas de indios. Tardé algún tiempo en entender que contrariamente al mensaje que prácticamente sin excepción llevaban todas ellas aparejado en su argumento, los malos no eran los indios, tan empeñados siempre en arrancar cabelleras y en matar a los chavalinos con flechas disparadas con  puntería. El miedo fue cambiando de objeto y descubrí que como yo, la mayor parte de la gente vivía también atemorizada por los miedos. Eran tantos que simplemente enunciarlos incorporaba un nuevo temor, el de saber hasta qué punto somos vulnerables. Miedo, pues. A la oscuridad, a estar solos, a estar con gente indeseable, a los muertos, a los vivos, a las cucharachas, a las arañas, a las enfermedades que acechan, a la muerte de los que queremos, a la propia muerte, a no habernos muerto y despertarnos en un ataúd, a nadar en mitad del mar sin saber qué hay metros más abajo, a los animales salvajes, a los accidentes de coche, a los accidentes de avión, a que no nos quieran, a que nos quieran mal, a cometer errores en el trabajo, a quedarnos fuera del sistema, al hambre, a engordar, a la locura, a los incendios, a las serpientes, a la traición, a las tormentas, a quedarnos solos. Miedo al quirófano, a sobrevivir a los hijos, a volar, a las alturas, a los ruidos, a las sombras, a las muñecas antiguas, a los extranjeros, a los diferentes, al dentista, a envejecer, al fracaso, a atragantarnos, a ver morir a alguien y no poder hacer nada, miedo al embarazo, miedo a no poder tener hijos, a los espacios abiertos, a los espacios cerrados, a caernos,  a los payasos, al rumor de unos pasos, a un teléfono sonando de madrugada, a no tener dinero, a perderlo todo. Miedo a contagiarse, al apocalipsis, a los terremotos, a los tsunamis, a la decadencia. Miedo al infierno, a quedarnos ciegos, a la guerra, a las ratas, a las agujas, al compromiso, a la soledad, a las multitudes, a que nos despidan, a que nos desahucien, a que nos abandonen, a olvidar, a  que nos olviden.
Madurar consiste en ir toreando los miedos, domesticándolos, racionalizándolos. Algunos son más duros de pelar, otros reaccionan con docilidad a nuestro empeño en mantenerlos a raya. No siempre hay antídoto y a veces es peor el remedio que la enfermedad, pero vivimos manteniendo ese equilibrio, convencidos de que casi siempre podemos más.
Solo que a veces, la pesadilla se hace real y lo de que el miedo cambie de bando, se convierte en un brindis al sol. A veces la amenaza estira sus brazos. A veces, el miedo que se traduce en el retorno a tiempo superado, a la perspectiva de la violencia, de la falta de libertad, de la pérdida de tantas cosas, tan trabajosamente conseguidas.
Para ese miedo, la defensa no es taparnos los ojos como hacíamos cuando los indios iban a atacar a los vaqueros, la silueta de todos ellos recortándose en la montaña… Para este miedo, que es mucho más real, próximo y de consecuencias que aún no imaginamos, solo hay un remedio: una papeleta, un sobre, una urna. Y votar. Contra el miedo.

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