Pues mira por dónde, esto del blog también sirve para reproducir de forma que se puedan leer, los artículos que publico en el diario El Comercio. Como éste, el de la última semana
Contra el miedo (Tribuna, diario El Comercio, 7/4/2019)
Cuando era pequeña me daban miedo
las películas de indios. Tardé algún tiempo en entender que contrariamente al
mensaje que prácticamente sin excepción llevaban todas ellas aparejado en su
argumento, los malos no eran los indios, tan empeñados siempre en arrancar
cabelleras y en matar a los chavalinos con flechas disparadas con puntería. El miedo fue cambiando de objeto y
descubrí que como yo, la mayor parte de la gente vivía también atemorizada por
los miedos. Eran tantos que simplemente enunciarlos incorporaba un nuevo temor,
el de saber hasta qué punto somos vulnerables. Miedo, pues. A la oscuridad, a
estar solos, a estar con gente indeseable, a los muertos, a los vivos, a las
cucharachas, a las arañas, a las enfermedades que acechan, a la muerte de los
que queremos, a la propia muerte, a no habernos muerto y despertarnos en un
ataúd, a nadar en mitad del mar sin saber qué hay metros más abajo, a los
animales salvajes, a los accidentes de coche, a los accidentes de avión, a que
no nos quieran, a que nos quieran mal, a cometer errores en el trabajo, a
quedarnos fuera del sistema, al hambre, a engordar, a la locura, a los
incendios, a las serpientes, a la traición, a las tormentas, a quedarnos solos.
Miedo al quirófano, a sobrevivir a los hijos, a volar, a las alturas, a los
ruidos, a las sombras, a las muñecas antiguas, a los extranjeros, a los
diferentes, al dentista, a envejecer, al fracaso, a atragantarnos, a ver morir
a alguien y no poder hacer nada, miedo al embarazo, miedo a no poder tener
hijos, a los espacios abiertos, a los espacios cerrados, a caernos, a los payasos, al rumor de unos pasos, a un
teléfono sonando de madrugada, a no tener dinero, a perderlo todo. Miedo a contagiarse,
al apocalipsis, a los terremotos, a los tsunamis, a la decadencia. Miedo al
infierno, a quedarnos ciegos, a la guerra, a las ratas, a las agujas, al compromiso,
a la soledad, a las multitudes, a que nos despidan, a que nos desahucien, a que
nos abandonen, a olvidar, a que nos
olviden.
Madurar consiste en ir toreando
los miedos, domesticándolos, racionalizándolos. Algunos son más duros de pelar,
otros reaccionan con docilidad a nuestro empeño en mantenerlos a raya. No
siempre hay antídoto y a veces es peor el remedio que la enfermedad, pero
vivimos manteniendo ese equilibrio, convencidos de que casi siempre podemos
más.
Solo que a veces, la pesadilla se
hace real y lo de que el miedo cambie de bando, se convierte en un brindis al
sol. A veces la amenaza estira sus brazos. A veces, el miedo que se traduce en
el retorno a tiempo superado, a la perspectiva de la violencia, de la falta de
libertad, de la pérdida de tantas cosas, tan trabajosamente conseguidas.
Para ese miedo, la defensa no es
taparnos los ojos como hacíamos cuando los indios iban a atacar a los vaqueros,
la silueta de todos ellos recortándose en la montaña… Para este miedo, que es
mucho más real, próximo y de consecuencias que aún no imaginamos, solo hay un
remedio: una papeleta, un sobre, una urna. Y votar. Contra el miedo.
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